MenúPortada Digiscoping | Blog | Anuario | Contacto

Una de las incógnitas que nos ofrece el proceso evolutivo de las especies es precisamente éste, el origen de las aves. Digamos de entrada que no existe un consenso entre los estudiosos en lo referente a este tema, que daría mucho para debatir. Si embargo, y a modo de resumen, podríamos decir que actualmente se barajan dos hipótesis como las más probables: la primera defiende que las aves se originaron en el Jurásico a partir de dinosaurios terópodos (="pies de bestia"), de hecho serían una rama especializada de dinosaurios terópodos manirraptores; y la segunda sitúa el origen de las aves aún más atrás en el tiempo (en el Triásico), antes que los propios dinosaurios, de forma que las aves habrían surgido de unos reptiles “tecodontos” que habrían dado origen a cocodrilos, pterosaurios, dinosaurios y aves entre otros. Si bien esta hipótesis aún no ha podido descartarse por completo, los diversos hallazgos fósiles encontrados parecen avalar la primera, por lo que para una mayoría de científicos las aves son descendientes de los dinosaurios.

El ave más antigua conocida es el famoso Archaeopterix lithographica, que vivió en Europa hace unos 140-150 millones de años, hacia finales del Jurásico. Esta primitiva ave, que era del tamaño similar al del cuervo o la gallina actual, presentaba el cuerpo completamente plumado, incluida una larga cola (compuesta de 23 vértebras) similar a la de los reptiles. La cabeza presenta el rostro prolongado a modo de pico y con dientes, si bien parece ser que no llegó a tener un pico como tal (estructura córnea de las aves actuales). Los miembros anteriores estaban transformados en alas perfectamente plumadas, pero que aún presentaban 3 dedos a modo de garras. Los músculos pectorales eran débiles, de lo que se deduce que no debió de ser un buen volador, sino más bien una especie trepadora que trepaba por los troncos de los árboles ayudándose de las garras de la mano y de la cola, y que realizaba planeos para desplazarse entre los árboles y para buscar alimento; además debía desenvolverse con soltura también en tierra a tenor de la estructura de su pelvis y de la robustez de las patas. Los que defienden que fue un ágil corredor se basan en esto último, y para éstos el hecho de tener emplumadas las extremidades superiores se debía a facilitar la captura de insectos a la carrera, por lo que las alas serían accesorios meramente de apoyo, no de vuelo.

El hallazgo de los primeros restos fósiles de esta especie se llevaron  a cabo en 1861 en Solnhfen, en la región alemana de Baviera. Al parecer, debido al estallido de un violento temporal dos ejemplares de archaeopterix se vieron arrastrados por los fuertes vientos hacia el interior de un lago lejos de la orilla, donde se ahogaron. Sus restos quedaron depositados en el fondo de la laguna, donde quedaron sepultados rápidamente. Con el paso del tiempo, el lodo que los sepultó se convirtió en roca de tipo calcáreo. Todo ello favoreció la fosilización de los esqueletos, de ahí que se encontraran en un óptimo estado de conservación. En la roca quedaron grabados no sólo el esqueleto del ave, sino lo que fueron sus plumas, detalle este de suma importancia dado que permitió corregir una primera identificación errónea. El estudio de estos restos fósiles sirvió para realizar una reconstrucción bastante aproximada de lo que fue el primer ave, que presentaba características extremadamente primitivas.

En el Cretácico (hace 60-125 millones de años) vivieron los Hesperornithiformes (Hesperornis) y los Ichthyornithiformes (Ichthyornis), especies piscívoras similares a los actuales láridos y gávidos que habitaron en norteamérica. El Heperornis fue un ave que se especializó en la vida acuática, de modo que al renunciar al vuelo sus alas quedaron reducidas a pequeñas protuberancias. Se piensa que era un gran nadador, sirviéndose para tal efecto de sus robustas patas, pero en tierra debía de desenvolverse con dificultad; su pico estaba dotado de dientes. Por su parte, el Ichthyornis era un ave de tamaño similar al del actual gorrión. Su aspecto ya era como el de una gaviota moderna, a excepción del pico que estaba dentado.

En 1990, se encontró en la provincia china de Liaoning el fósil de una ave cuyo tamaño era similar al Ichthyornis, y cuya antigüedad se estima entorno a 10-15 millones de años posterior a las primeras aves. Presentaba las alas y la cola similares a las existentes, aunque sus costillas, pelvis y extremidades posteriores eran aún primitivas.

Si bien la especies arriba mencionadas son las más populares y conocidas, cabe decir que han aparecido restos de otras tantas aves tales como, por ejemplo, Teratornis incredibilis (= Aiolornis incredibilis, ave de más de 5 m. de envergadura similar al cóndor actual que vivió en el Pleistoceno, 2,6 millones de años-11700 años), Argentavis magnificens (el ave más grande jamás conocida, una especie que tenía 8 metros de envergadura y entre 70-100 kg. de peso, y que vivió en Argentina hace unos 7-6 millones de años), Mesembrionis rapax (vivió en el Plioceno, hace unos 5,3-3,6 millones de años), Teratornis merriami (3,5-4 m. de envergadura y unos 15 kg. de peso que se extinguió hace unos 10000 años), Phororharcos longissimus (vivió desde el Eoceno hasta el Plioceno)...

Aves fósiles también han aparecido en España, concretamente en la ciudad de Cuenca. En el año 1998, se hallaron restos procedentes del Cretácico inferior (entre 120-130 millones de años). Huesos del hombro y la cola idénticos al de las aves, pero con la pelvis y las extremidades posteriores muy primitivas.

A finales del Cenozoico todos los órdenes actuales ya estaban representados.

 


 

GRANDES AVES ACUÁTICAS ANIDABAN EN LA BURGALESA SIERRA DE ATAPUERCA HACE UN MILLÓN DE AÑOS

(Artículo aparecido en el Diario de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, núm. 6).

En un completo estudio realizado por el paleontólogo Antonio Sánchez Marco sobre los restos fósiles de aves de la península Ibérica, cuyo avance se ha publicado en la revista "Quercus" como guía de una exposición en el Museo de la Castellana, se afirma que el entorno de la sierra de Atapuerca (Burgos) era en el pasado muy rico en grandes charcas y cursos de agua. Antonio Sánchez, científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales de CSIC, ha analizado las aves recuperadas en numerosos yacimientos que abarcan desde el Terciario hasta la actualidad, trazando la evolución de este grupo y de su posible entorno ambiental.   Una de las conclusiones más importantes del trabajo publicado en la revista "Quercus" es la demostración de que Iberia nunca estuvo sometida a fríos intensos. Las glaciaciones que azotaron buena parte de Eurasia durante el Cuaternario, y que cubrieron con casquetes polares Centroeuropa, apenas se notaron aquí, pudiendo caracterizar nuestro clima como templado y muy húmedo.

El trabajo de Sánchez Marco no ha sido fácil: los huesos de aves se conservan muy mal debido a que son huecos, a su pequeño tamaño, a la delgadez de sus paredes y a la llamativa ausencia de dientes; además, como el propio autor indica, las aves han evolucionado y se ha diversificado más en cuestiones de pelaje y comportamiento que en su estructura osteológica.

Las aves de Atapuerca llegaron a las cavidades sin intervención humana. En la época en la que se formaron los depósitos, los homínidos no habían desarrollado la complicada tecnología necesaria para la caza masiva de aves. Se cree que en estos momentos se accedía a lo sumo a la ingesta de huevos y a la frecuente recuperación de individuos aislados, posiblemente malheridos, aunque en algunos sitios se ha especulado con la posibilidad de la caza de aves tipo perdices o codornices.

 

Hallazgos interesantes en diferentes yacimientos de la Sierra de Atapuerca:

Sima del Elefante. En la época en la que los humanos llegan a Atapuerca, hace 1,2 millones de años en la Sima del Elefante, se identifican restos de pigargo, una gran rapaz que caza aves y peces en grandes lagunas y en las orillas de los mares, lo que indica que existían grandes masas de agua con poca cobertura arbórea.

Gran Dolina. Hace 800.000 años el bosque comenzaba a extenderse por la Península, manteniéndose los grandes ríos y charcas. Hay ahora, en la Gran Dolina, en su nivel 6, huesos de zorzales, chocha perdiz, papamoscas gris, escribanos, pinzones, ánades, polluelas, mirlo acuático y limícolas, en un ambiente algo más frío que en la Sima del Elefante, pero con tendencia a recuperarse.

Galería. Poco después se produce una clara división climática, como la que vemos en la actualidad, entre una zona húmeda y boscosa en el norte peninsular, y otra seca, en el sur y el este. Ahora, en el yacimiento Galería, de hace unos 300.000 años, se reconocen ánades, limícolas, rapaces, y rálidos, como Rallus y Porzana. Las chovas, piquirroja y piquigualda, fueron abundantes. El paisaje arbóreo está de nuevo instalado, con temperaturas similares a las actuales. Este carácter boscoso se acentuará cuando se cierren las cuevas de la Trinchera.

Huérmeces. A pocos kilómetros de Atapuerca, en Huérmeces, hace menos de 100.000 años, las aves de bosque son mayoritarias, con muchas rapaces y anátidas.

El trabajo de Sánchez Marco no ha sido fácil: los huesos de aves se conservan muy mal debido a que son huecos, a su pequeño tamaño, a la delgadez de sus paredes y a la llamativa ausencia de dientes; además, como el propio autor indica, las aves han evolucionado y se ha diversificado más en cuestiones de pelaje y comportamiento que en su estructura osteológica.

Las aves de Atapuerca llegaron a las cavidades sin intervención humana. En la época en la que se formaron los depósitos, los homínidos no habían desarrollado la complicada tecnología necesaria para la caza masiva de aves. Se cree que en estos momentos se accedía a lo sumo a la ingesta de huevos y a la frecuente recuperación de individuos aislados, posiblemente malheridos, aunque en algunos sitios se ha especulado con la posibilidad de la caza de aves tipo perdices o codornices.

 Subir | MenúPortada Digiscoping | Blog | Anuario | Contacto